lunes, 9 de febrero de 2009

REDUCIENDO EL INFINITO

Paseamos, vamos o venimos, pensamos, comentamos o sonreímos, serian algunas de las situaciones en las que mejor nos encontramos, y las deseamos, pues proporcionan la comprensión del entorno que nos rodea.

En nuestro entorno, tan complejo como nosotros mismos, y tan extenso como podamos imaginar, necesitamos toda una vida para entender aquello que nos gusta, porque lo que no nos gusta, cuesta mucho más.

Y si buscamos y encontramos, hemos de seguir encontrando, que es necesario para evolucionar en nuestra gran inquietud, tan grande que todo se hace pequeño, y precisamos ir más allá.

Mas allá sí, pero hasta dónde?. Hasta el límite de nuestras posibilidades.

Miramos el Firmamento, lleno de estrellas, que bien comparadas serían como lucecitas, formando un conjunto precioso, que nos parecerá una maravilla incomprensible.

Y alguien ha dicho que las estrellas son soles, una a una un Sol, como el nuestro. Ah! entonces está todo claro. Pretendemos ver nuestro Astro Rey, y él mismo nos lo impide. No estamos preparados para soportar su luz.

Por similitud en la actitud, giramos la vista a nuestro satélite la Luna, que sí se deja observar, y la podemos mirar tanto cuanto queramos. Qué blanca es, y qué grande la vemos.

La Luna hemos de considerarla como compañera inseparable, porque Ella siempre está ahí, en el más allá muy próximo, pues la distancia que nos separa es solamente de poco más de un segundo luz. Es como si estuviera a nuestro lado.

Ella y nosotros compartimos el Espacio que se extiende continuamente, y la gran distancia que nos separa, es tan pequeña ante el Universo, que resulta casi imposible comprender la grandiosidad en la que nos movemos, y es por eso, que tenemos la necesidad de reducir el infinito.

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